25.02.2005 - LA PARTIDA



La noche se nos presentó muy fría, gélida, en la estación de tren de Ourense. Fuera, sobre las vías, flotaba una espesa y húmeda niebla que calaba en los huesos, haciendo aflorar un malestar y un desasosiego que nos llevó a sentarnos en unas tristes sillas de vieja fórmica en la cafetería de aquella estación. Allí, conmigo y frente a unas humeantes tazas de café, estaban Susana (mi mujer) y mis dos hermanas, Elba y Esther. Esta última no venía a Egipto con nosotros y estaba ejerciendo labores de transporte y de despedida de tres ilusionados "locos" que, en pleno febrero, se iban de vacaciones al país del Nilo y los faraones.

Partimos de nuestra ciudad, Ourense, pasadas las 00:30 del viernes, llevando junto con nuestro equipaje un espantoso frío que se colaba por todos los resquicios del cuerpo, haciendo a veces incómoda nuestra estancia en el vagón. Otras veces, el aire acondicionado nos llevaba a sufrir un pegajoso y sofocante calor. Sin duda, la temperatura jugaba con nosotros.

Pasamos por A Gudiña, Puebla de Sanabria, Medina del Campo, Ávila y, finalmente, llegamos a Chamartín, en Madrid.

 Todo el trayecto fue una continua sucesión de "cabezadas", de intentos infructuosos por estar cómodos para poder dormir, aunque fuese unas horas. Creo que, excepto Elba - que posee, por lo visto en ese recorrido y en momentos posteriores, una increíble capacidad de relajación y de dejarse llevar por el sueño—, ni Susana ni yo logramos descansar y dormir un mínimo de tiempo y con un mínimo de comodidad.

Cruzamos el norte de la península observando las consecuencias de una ola de frío que dejaba un llamativo manto de nieve sobre los campos, sobre las llanuras de nuestra "piel de toro", intuyendo los inconvenientes que podía suponer para algunas personas y para ciertas localidades.

Desembarcamos en Madrid con casi una hora de retraso, cuando las imparables manecillas del reloj marcaban las 8:00 a. m., y todavía nos quedaban aproximadamente cinco horas y media para la salida de nuestro vuelo hacia Asuán, en el sur de Egipto.

A la salida de la estación cogimos un taxi, indicándole al conductor cuáles eran nuestras intenciones, es decir, que nos llevase al aeropuerto. Sin embargo, y siempre con un gran sentido "turístico" en el ejercicio de su labor, el taxista nos habló de las excelencias de Madrid, de los madrileños, del Real Madrid y de su presidente, Florentino Pérez. Lo suyo era, sin duda alguna, una adoración sin reservas por su ciudad. Después de cobrarnos una pasta (18,00 euros), nos dirigimos al stand de Iberojet buscando información, para poco después ir a desayunar en el propio recinto de Barajas.

 Después de facturar el equipaje —sufriendo la imprevista visita de la "Jurado" y toda una corte de flashes y cámaras que la acompañaban—, subimos a un avión que, como todo lo que lleva la etiqueta de "turista", parecía una lata de sardinas. El vuelo fue realmente tranquilo —que no cómodo— y nos permitió, aparte de recuperar algo del sueño no disfrutado, contemplar unas vistas estupendas a través de la minúscula ventanilla del avión: llanuras nevadas en España, las tranquilas aguas del "Mare Nostrum" y las juguetonas figuras que formaban las nubes que lo cubrían, el desierto libio y una maravillosa, bellísima puesta de sol cuando estábamos a punto de alcanzar nuestro objetivo final: nuestra primera puesta de sol en tierras egipcias.

El aeropuerto de Asuán, muy moderno y, según nos dijeron más tarde nuestros guías, uno de los más importantes del país, no es comparable con ninguno de los que conozco en Europa. Allí nos esperaban los representantes de Iberojet, que se encargaron del sellado de nuestros pasaportes y nos dieron las primeras indicaciones sobre los pasos a seguir y los detalles a tener en consideración: declarar la cámara de vídeo en caso de llevarla, dónde recoger el equipaje, cómo tramitar el visado de entrada en el país...

Posteriormente, y después de subir al autobús, salimos del aeropuerto (hace unos años era de uso exclusivamente militar) dirigiéndonos al barco, el "Nilo Palace", , el cual, junto con muchos otros, se encontraba atracado en la orilla del Nilo. Antes de llegar a él cruzamos una de las presas que contienen el alma, el espíritu de Egipto: el Nilo, junto con la Alta Presa de Asuán.

En el barco fuimos recibidos muy amablemente y de una manera encantadora por una tripulación que allí y posteriormente siempre mostró un trato correctísimo, discreto y digno de mención, y por los guías de Iberojet, a los que desde un principio se les notaba un ansia y unas intenciones claras de desplumarnos cuanto más, muchísimo mejor. Poco después fuimos reunidos todos los pasajeros —aproximadamente unas 150 personas— en la sala de cubierta, donde se sortearon (curiosa manera, desde luego) las habitaciones: a Elba le tocó la 214 y a nosotros la 217, gracias a una pequeña "trampa" con las fichas (puedo asegurar que para nada hubo mala intención; fue más bien cuestión de suerte y de aprovechar algunas circunstancias).


Nos dirigimos a nuestras habitaciones, que eran bastante grandes, frescas, cómodas y más que decentes (muy decentes para lo que es Egipto). Colocamos nuestras cosas y nuestras maletas en su sitio y subimos al comedor para nuestra primera cena egipcia, a base de un reconfortante consomé de verduras y algo de pasta. Al finalizar, nos volvimos a reunir todos los miembros del pasaje siguiendo las directrices de los guías, con el fin de que nos informasen de las excursiones y posibilidades turísticas de nuestra navegación por el Nilo. Bueno, el caso es que nos "sacaron" 150 euros a cada uno de los tres por las visitas que realizaríamos los próximos días, por el visado (no lo habíamos pagado en el aeropuerto) y por las propinas que, según ellos, era preciso dar en cada uno de los lugares que visitásemos (ja, ja...).

Sin más que contar después de un largo día de viajes, cansancio, sorpresas, ojos abiertos y corazones ansiosos por ver, conocer y sentir, nos fuimos a la cama, pues mañana a las 6:00 a. m. nos llevarán a ver la Alta Presa y el templo de Philae. Esa será la historia de mañana, nuestra primera y verdadera historia en Egipto.




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