25.02.2005 - LA PARTIDA
Partimos de nuestra ciudad, Ourense, pasadas las 00:30
del viernes, llevando junto con nuestro equipaje un espantoso frío que se
colaba por todos los resquicios del cuerpo, haciendo a veces incómoda nuestra
estancia en el vagón. Otras veces, el aire acondicionado nos llevaba a sufrir
un pegajoso y sofocante calor. Sin duda, la temperatura jugaba con nosotros.
Pasamos por A Gudiña, Puebla de Sanabria, Medina del Campo, Ávila y, finalmente, llegamos a Chamartín, en Madrid.
Desembarcamos en Madrid con casi una hora de retraso, cuando las imparables manecillas del reloj marcaban las 8:00 a. m., y todavía nos quedaban aproximadamente cinco horas y media para la salida de nuestro vuelo hacia Asuán, en el sur de Egipto.
A la salida de la estación cogimos un taxi, indicándole
al conductor cuáles eran nuestras intenciones, es decir, que nos llevase al
aeropuerto. Sin embargo, y siempre con un gran sentido "turístico" en
el ejercicio de su labor, el taxista nos habló de las excelencias de Madrid, de
los madrileños, del Real Madrid y de su presidente, Florentino Pérez. Lo suyo
era, sin duda alguna, una adoración sin reservas por su ciudad. Después de
cobrarnos una pasta (18,00 euros), nos dirigimos al stand de Iberojet buscando
información, para poco después ir a desayunar en el propio recinto de Barajas.
Posteriormente, y después de subir al autobús, salimos del aeropuerto (hace unos años era de uso exclusivamente militar) dirigiéndonos al barco, el "Nilo Palace", , el cual, junto con muchos otros, se encontraba atracado en la orilla del Nilo. Antes de llegar a él cruzamos una de las presas que contienen el alma, el espíritu de Egipto: el Nilo, junto con la Alta Presa de Asuán.
En el barco fuimos recibidos muy amablemente y de una manera encantadora por una tripulación que allí y posteriormente siempre mostró un trato correctísimo, discreto y digno de mención, y por los guías de Iberojet, a los que desde un principio se les notaba un ansia y unas intenciones claras de desplumarnos cuanto más, muchísimo mejor. Poco después fuimos reunidos todos los pasajeros —aproximadamente unas 150 personas— en la sala de cubierta, donde se sortearon (curiosa manera, desde luego) las habitaciones: a Elba le tocó la 214 y a nosotros la 217, gracias a una pequeña "trampa" con las fichas (puedo asegurar que para nada hubo mala intención; fue más bien cuestión de suerte y de aprovechar algunas circunstancias).
Nos dirigimos a nuestras habitaciones, que eran bastante grandes, frescas, cómodas y más que decentes (muy decentes para lo que es Egipto). Colocamos nuestras cosas y nuestras maletas en su sitio y subimos al comedor para nuestra primera cena egipcia, a base de un reconfortante consomé de verduras y algo de pasta. Al finalizar, nos volvimos a reunir todos los miembros del pasaje siguiendo las directrices de los guías, con el fin de que nos informasen de las excursiones y posibilidades turísticas de nuestra navegación por el Nilo. Bueno, el caso es que nos "sacaron" 150 euros a cada uno de los tres por las visitas que realizaríamos los próximos días, por el visado (no lo habíamos pagado en el aeropuerto) y por las propinas que, según ellos, era preciso dar en cada uno de los lugares que visitásemos (ja, ja...).
Sin más que contar después de un largo día de viajes,
cansancio, sorpresas, ojos abiertos y corazones ansiosos por ver, conocer y
sentir, nos fuimos a la cama, pues mañana a las 6:00 a. m. nos llevarán a ver
la Alta Presa y el templo de Philae. Esa será la historia de mañana, nuestra
primera y verdadera historia en Egipto.



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