28.02.2005 - EL VALLE DE LOS REYES, EL TEMPLO DE HAPSHEPSUT, LOS COLOSOS DE MENNOM, LOS TEMPLOS DE KARNAK y EL TEMPLO DE LUXOR



Sonó en el teléfono de la habitación la llamada del despertador a las 4:45 a.m., avisándonos de que era la hora de nuestro temprano despertar en el lugar de Tebas. Nos encontrábamos en esta zona del país donde el Nilo divide y separa la “Tebas de los vivos”, en su orilla oriental, de la “Tebas de los muertos”, en la orilla occidental. Ambas orillas las visitaríamos a lo largo de un día que amanecía soleado y fresco. Los antiguos egipcios vivían en la parte oriental, puesto que es por ahí por donde nace el sol y, por tanto, según su mitología, por donde surge y nace la vida; y eran enterrados en la parte occidental, que es por donde se oculta el sol y representa a los muertos. Nut, la diosa del cielo, engendraba a Ra por la mañana con forma de escarabajo, Kheper, y lo devoraba por la noche con la forma del dios Atum, así todos los días, desde el principio de los tiempos. Este fue el sentido y el origen de uno y otro Tebas: el origen y sentido de Tebas.

Como venía diciendo, la mañana era fresca en la ribera del majestuoso Nilo. Después de nuestro madrugador desayuno, dejamos el barco y nos subimos al autobús que nos estaba esperando, protegido bajo unas palmeras que había en una pequeña explanada cubierta de hierba, de verde y húmeda hierba, que se extendía entre el muelle y la carretera que nos llevaría a nuestro destino en el Valle de los Reyes. Estábamos en la orilla occidental del Nilo, por lo que avanzamos unos cuantos kilómetros por ella antes de cruzar un puente que nos llevaría a la orilla contraria, a una franja de aproximadamente 8 km ocupada por templos funerarios donde antiguamente se mantenía el culto de los faraones enterrados allí. El autobús se detuvo en la zona donde antiguamente se encontraba el templo mortuorio de Amen-Hotep III y del que solo quedan en la actualidad dos estatuas sedentes, las conocidas como “Colosos de Memnón”, así como otras esculturas fragmentarias.

Este templo, situado sobre tierra fértil, fue de los más grandes y suntuosos del Imperio Nuevo, y ha desaparecido completamente a excepción de las nombradas estatuas sedentes. Su desaparición tiene relación directa con su ubicación y los materiales empleados en su construcción; es decir, que las crecidas del Nilo y la utilización del ladrillo como material básico para el levantamiento de los edificios fueron la principal causa de su falta de preservación en el tiempo.

El templo de Amen-Hotep III estaba formado por tres patios, con sus respectivos pilonos; tras ellos había un gran patio, el cual lo rodeaban tres hileras de columnas. Sobre el resto del conjunto mortuorio se sabe también, como es habitual, de la existencia de la sala hipóstila, así como del templo principal y de la existencia de jardines y fuentes.





Cabe comentar, por tanto, que los “Colosos de Memnón” guardaban la entrada principal al templo, la que se situaba en el primer pilono. Estas magníficas moles de más de 16 metros de altura están esculpidas sobre bloques de cuarcita y representan al faraón como un dios sentado, con las manos sobre las rodillas. Actualmente, el estado que presentan refleja claramente el paso del tiempo y las diversas incidencias que sufrieron a lo largo de los siglos. Sin embargo, y a pesar de su deterioro, su presencia y el hecho de encontrarnos a esas horas del día, cuando la preciosa y temprana luz de la mañana los iluminaba dotándolos de una increíble belleza, hizo que todos los que formábamos el grupo nos postrásemos a sus pies admirándolos. Nos hicimos fotos con ellos y de ellos, así como del maravilloso entorno en que se encuentran. Este se compone de una franja verde formada por los campos de cosechas con las montañas al fondo, montañas que guardan en su regazo el Valle de los Reyes y el Valle de las Reinas. Al primero de ellos es a donde nos dirigiríamos a continuación.

Poco después reanudamos la marcha, dejando atrás la impresionante presencia y pétrea pose de los Colosos de Memnón, dirigiéndonos hacia el lugar donde descansan, o descansaban, los faraones y miembros de la realeza de las dinastías XVII a XX. Nos dirigíamos al Valle de los Reyes.

Pasamos del verdor y el frescor de la fértil franja que acompaña el discurrir del Nilo a una zona árida, seca y abrupta, que cobija, abraza y cuida del lento discurrir hacia el más allá de aquellos que en tiempos fueron los dueños del Egipto faraónico.

Antes de entrar en el Valle de los Reyes, cruzamos carreteras y pobres y tristes aldeas que se negaron a marcharse de allí, a pesar de las intenciones del gobierno egipcio; vimos la casa donde se hospedó Howard Carter, un par de globos aerostáticos que ofrecían la posibilidad, a aquellos turistas que así lo quisieran, de observar el conjunto funerario desde el aire, y una gran multitud de gente preparada para entrar en el recinto y, como no, un significativo número de vendedores de diferentes objetos, sobre todo figuras de alabastro: escarabajos, dioses, esfinges, máscaras réplicas de la de Tutankhamon, etc.

Después de pasar la taquilla, todo el grupo nos subimos a un “trenecillo” que nos llevó durante escasamente un kilómetro, por una carretera bastante bien cuidada, hasta el mismo corazón del valle. Este lugar se encuentra dominado por el pico de el-Ourn (el cuerno), estando consagrado en épocas pasadas a la diosa Meretseger (la que ama el silencio). En él se encuentran actualmente un total de 62 tumbas, además de otras que no fueron terminadas en su momento, así como diferentes pozos. A pesar de este importante número de zonas de inhumación, nuestro guía nos comentó que los arqueólogos aún siguen trabajando en la zona, confiados en encontrar aún más.

El caso es que, tan pronto descendimos del “trenecillo”, pasamos un control donde nos revisaban las mochilas y bolsas y nos informaban de la imposibilidad de utilizar video y de hacer fotos dentro de las tumbas. Asimismo, se nos dijo que con nuestra entrada teníamos derecho a ver solamente tres tumbas de entre todas las que allí había, excluyendo la de Tutankhamon, que requería pagar un extra si queríamos verla.





Avanzamos por la arteria o garganta principal del valle, para sentarnos a la sombra, observando la mayor parte de las tumbas, y escuchar unas breves explicaciones de Swakin en cuanto a la historia y razones de aquel complejo funerario. La necrópolis del Valle de los Reyes comenzó a considerarse como tal a partir de la dinastía XVIII, que es cuando fueron enterrados, aparte de los faraones, miembros de la familia real, así como grandes personalidades de la corte. El primer faraón enterrado allí, según los indicios arqueológicos que se poseen, fue Amenofis I (1527-1506 a.C.), siguiendo después con otros de las dinastías XVIII, XIX y XX.

¿Cuál fue el motivo por el que los faraones se enterraran en esa zona y no como se había hecho con anterioridad en los templos funerarios o en pirámides? El principal motivo por el que se comenzó a enterrar a los faraones, principalmente, en este lugar, fue la serie de robos y profanaciones que habían sufrido las tumbas. Esto, además, vino a separar lo que era el templo funerario de la tumba donde descansaba el cuerpo a partir de la mencionada dinastía XVIII.

La morfología y la ubicación de este valle eran, sin duda, el lugar ideal para ocultar los restos de los faraones. Las tumbas, que son todas hipogeos (tumba excavada en la tierra con varias zonas), que allí vimos, presentan cierta diferencia en su construcción: mientras las tumbas de la dinastía XVIII presentan una planta descendente formando un ángulo de 90º, las de las dinastías XIX y XX presentan una planta recta. Por último, tal como nos comentó Swakin, las tumbas fueron realizadas por artesanos y artistas, no por esclavos, tal como más tarde pudimos observar en el detalle de las representaciones y grabados, que sería difícil de realizar y lograr si se trabajara bajo el peso de un látigo.

Después de aquellos didácticos apuntes de nuestro guía, Elba, Susana y yo nos dirigimos a visitar “nuestras” tres tumbas. Antes de nada, nos acercamos a la entrada de la tumba de Tutankhamon para hacernos una foto como prueba irrefutable de nuestro paso por allí. No entramos, puesto que todo el tesoro se encuentra en el Museo Egipcio de El Cairo, y que en los próximos días disfrutaríamos. Nos dirigimos a la tumba de Ramsés VI. Esta se encuentra situada encima de la entrada de la de Tutankhamon, razón que favoreció que nunca fuera saqueada, puesto que fue cubierta por los escombros de la tumba de Ramsés VI.

Como vengo contando, nuestra primera visita a una tumba fue a la de Ramsés VI (KV9), que con anterioridad había sido ocupada por su hermano Ramsés V. Antes de entrar, tuvimos una pequeña discusión con el encargado del marcaje (nos cortaba una esquina del ticket sacado en la entrada del valle), ya que los tres tickets traían una esquina cortada y nos decía que era nuestra segunda tumba visitada en vez de la primera. El caso es que medio solucionamos el entuerto y entramos cruzando una reja de hierro que hacía las veces de puerta hacia su interior. Allí, frente a nosotros, teníamos un largo pasillo que presentaba una suave pendiente y, tal como poco después comprobaríamos, tenía una longitud aproximada de 100 metros antes de llegar a la cámara funeraria.

Comenzamos nuestro recorrido formando parte de una fila que avanzaba por la derecha, dejando libre la izquierda para la gente que venía de vuelta, que se dirigía al exterior. Mientras caminábamos por el primer vestíbulo, pudimos observar unas policromías, representaciones dotadas de un increíble colorido, donde destacaban sobre todo los tonos amarillos y rojos. En el techo de la galería se representaba un cielo azul completamente estrellado con imágenes del dios Ra. Ya desde ese momento, y tal como corroboramos más tarde, se podía observar que todas las representaciones que allí veíamos eran, sin duda, un tratado de la teología que existía en aquellos tiempos. Como actores principales de dicho tratado estaban, sin duda, el sol, su diario recorrido por el mundo de las tinieblas, del que siempre regresa triunfante, y la luz como principal particularidad de su presencia.

En dicha parte de la tumba, en el primer vestíbulo, aparecen representados textos del Libro de las Puertas, que muestra cómo es el Más Allá, y del Libro de las Cavernas, que nos mostraba las cavernas por las que cruza el dios sol antes de su renacer. Dichos textos continúan mostrándose también en el segundo vestíbulo del túnel. Entre ambas zonas existe una cámara de cuatro columnas donde pudimos ver, durante nuestro lento avance, la presencia de un antiguo pozo ritual. En el segundo vestíbulo, aparte de lo indicado anteriormente, también aparecen textos del Libro de los Muertos.

Después de este llegamos a la cámara funeraria, que presentaba unas dimensiones bastante considerables (debía tener una superficie de 120 m²) y cuya parte frontal contaba con cuatro grandes pilares. En su parte central, a un nivel más bajo que el de nosotros, se encontraban los restos del sarcófago roto. Las paredes están decoradas con textos del Libro de la Tierra, mientras que el Libro del Día y el Libro de la Noche, ilustrados con una doble imagen de Nut bajo la forma de diosa de los cielos diurnos y nocturnos, decoran el techo astronómico.

Volvimos al exterior del hipogeo, dejando atrás el lugar del descanso eterno de Ramsés VI, para coger a la derecha y avanzar durante un buen rato por los pedregosos, áridos y ardientes caminos que comunicaban todo el valle. Poco después nos dirigimos a la tumba de Ramsés III (KV11).

Como en la anterior tumba, la gran cantidad de gente nos obligaba a los tres, y al resto, a entrar en el recinto en fila india. Esta tumba presenta una longitud de 125 metros, con una planta recta y varios corredores y salas secundarias destinadas a almacenar las propiedades del faraón.

Comenzamos nuestro recorrido. Nos llamó la atención que, a diferencia de la tumba de Ramsés VI, los grabados de los muros se encontraban protegidos por placas de metacrilato. Se observaban unas preciosas pinturas con tonos y colores muy vivos. Al llegar al segundo corredor vimos que, a ambos lados, existían cuatro salas donde, de entre todas las representaciones, sobresalía la que muestra a dos arpistas ciegos, y que dio nombre a esta tumba cuando fue explorada por primera vez a mediados del siglo XVIII. Poco después, tuvo lugar un repentino cambio de dirección del eje de la tumba: se desvía a la derecha para continuar, después, por el tercer corredor de manera paralela. Esto se produjo porque los obreros que realizaban la obra se encontraron con la tumba de Amenmés (KV10).

Ya en el tercer corredor observamos representaciones de textos del Libro de las Puertas, antes de encontrarnos con el pozo ritual, una sala de cuatro columnas y otra sala anexa que existía a la derecha. Después de dar un vistazo a todo esto, nos encontramos con que nuestro recorrido fue interrumpido por unas vallas. Estas marcaban el límite entre el tercer y el cuarto corredor, donde se podían observar, a pesar de la oscuridad, que los trabajos de decoración se habían interrumpido bruscamente. Este cuarto corredor precede al vestíbulo y a la sala funeraria y, como mencioné anteriormente, se encuentra inacabado debido al parón en el trabajo de los artesanos y obreros por el impago de sus honorarios. Según nos dijo Swakin, fue la primera huelga de la historia.

Los tres nos encaminamos hacia nuestra última tumba, la tumba de Seti II (KV15), la única de la dinastía XIX de las tres que vimos, situada en la zona más alejada de la entrada, junto a los pies de la montaña que rodea todo el conjunto. Fuimos a verla con cierta premura, puesto que nos restaban pocos minutos para la hora marcada por Swakin, nuestro guía, para volver al autobús.

Después de salvar unos pequeños escalones y entregar nuestro ticket a la persona encargada, nos adentramos en su refrescante interior.

La tumba está estructurada en un pasillo corto, seguido de tres más largos, y finalmente un cuarto que precede a una sala que contiene cuatro columnas y que es el último peldaño antes de alcanzar la sala funeraria, donde se encuentra el sarcófago. La longitud total de esta galería es de unos 75 metros aproximadamente, que recorrimos sin los agobios de gente como en los dos casos anteriores, descendiendo por una suave pendiente.

Observamos, ya al principio del pasillo, que las representaciones y los grabados de los muros presentan un muy buen estado, en parte gracias a las actuaciones arqueológicas y de conservación llevadas a cabo. Sin embargo, esas representaciones no están policromadas, limitándose esta característica a las situadas en zonas más interiores de la tumba. En las primeras, las imágenes están recubiertas de una fina capa de yeso blanco.

En el pasillo de la tumba vimos representaciones de las diosas Isis y Nephthys, del dios Ra, así como las ofrendas que se le presentaban a Seti II por parte de sus súbditos. En el techo, imágenes de buitres volando, algunos con cabeza de cobra, entre los que se encontraba inscrito el nombre del faraón enterrado allí. Llegados a la sala que precede al cuarto funerario, pudimos observar representaciones de diversas divinidades. Es en esta zona donde la pendiente se hace más acusada.

Al llegar a la sala mortuoria, donde aparece representado Anubis en la parte superior de las paredes, se muestran escenas del Libro de las Puertas en la zona inferior. En el centro del habitáculo estaba una figura yacente de piedra que representaba, en su parte superior, al faraón y, en la inferior, que pudimos ver gracias a un espejo situado en el suelo, la figura femenina.

Salimos del agradable frescor de esta tumba, nuestra última tumba, al ardiente y seco calor del exterior, regresando por el mismo polvoriento y pedregoso camino que nos llevó hasta nuestro punto de partida. Desde ahí, y ya juntos todos los miembros del grupo, regresamos en el “trenecito” hasta nuestro autobús. Después de sortear la multitud de vendedores y cambistas, nos acomodamos en nuestros asientos con el ánimo de continuar nuestro día de visitas. La próxima parada nos llevaría hasta el Templo de Hatshepsut, que no se encontraba a gran distancia de las tumbas que habíamos visitado y disfrutado a lo largo de las primeras horas de un magnífico e inolvidable día.

Antes de nada, cabe decir que la reina Hatshepsut fue, casi con toda seguridad, la primera persona que se enterró en el Valle de los Reyes, en la tumba número 20. Esto no supone ninguna contradicción, puesto que en un primer momento este lugar de enterramiento no era exclusivo de los faraones. Esto en cuanto a su enterramiento. Pero, ¿quién era la reina Hatshepsut? Fue una de las pocas mujeres que detentaron el título de faraón en la historia del Antiguo Egipto (1473-1458 a.C.). Gobernó y dirigió, tras la muerte de su esposo y hermanastro Tutmosis II, el destino de estas tierras junto con su sobrino Tutmosis III, hijo del faraón y una de sus concubinas. Para lograr este poder, esta mujer contó con el apoyo de los sacerdotes de Amón y de otros.

Durante su mandato, para lo cual tuvo que adoptar una imagen masculina, se realizaron expediciones en busca de diversos materiales hacia el sur de sus territorios y se desarrollaron campañas militares en esas mismas zonas para lograr un mayor control del cauce del Nilo. Entre las obras que emprendió está el Templo de la reina Hatshepsut.

La reina Hatshepsut mandó construir este templo al arquitecto Senen-Mut como ofrenda funeraria a su padre, el faraón Tutmosis I, y para su propio descanso eterno. Este visionario arquitecto escogió un inaccesible valle que, en tiempos, había sido consagrado a la diosa Hathor, protegido por espectaculares formaciones rocosas, para construir un novedoso y revolucionario santuario que íbamos a visitar los tres unos 3.500 años después.

Antes de llegar al templo, recorrimos una distancia de medio kilómetro a lomos de otro destartalado “trenecillo”, saludando a unos niños que, cogidos de la mano, iban a ver lo mismo que nosotros, aunque ellos, seguro, atendiendo a un programa educativo que les permitiría salir y disfrutar de uno de sus muchos tesoros monumentales. Les hice alguna que otra fotografía, observando que a las niñas que iban al final de la fila no les hacía mucha gracia, pues ocultaban sus rostros. Espero no haber ofendido a ninguno de aquellos preciosos y sonrientes críos.

Bajamos de nuestro vehículo frente al templo, donde pudimos ver un conjunto de terrazas unidas por unas rampas. Desde donde estábamos, ya se podían observar tres terrazas a distintas alturas, cada una con fachadas con hileras de columnas.

Nos encontrábamos en la primera explanada, en lo que antiguamente sería la primera terraza, y vimos frente a nosotros, además de una marabunta de gente, un lineal de columnas. El pórtico de la izquierda, llamado “de los Obeliscos”, mostraba una serie de grabados donde se ilustraba el transporte de dos obeliscos desde las canteras de Asuán hasta el templo de Karnak. El pórtico de la derecha, en cambio, presentaba escenas de pesca y caza, de ahí que se le conozca como pórtico “de la Caza”. Seguimos ascendiendo por la rampa central, deteniéndonos únicamente para volvernos a admirar la inmensa llanura que se extendía ante nosotros, mostrandonos un suave color amarillo rematado por el verdor de las orillas del Nilo.

La segunda terraza también presenta dos pórticos: el pórtico “de Punt”, situado a la izquierda, y el pórtico “del Nacimiento”, a la derecha. Nos hicimos unas curiosas fotografías al comienzo de la rampa, al lado de los “halcones” que guardaban el paso de todos los que por allí nos movíamos.




El primer pórtico posee una serie de imágenes o escenas del viaje realizado por Hatshepsut a la ciudad de Punt en busca de sicómoro e incienso, mientras que el pórtico “del Nacimiento” presenta a la reina con el dios Amón, uno frente al otro, con sus manos entrelazadas.

Nos dirigimos, siguiendo las instrucciones de Swakin, hacia la capilla de Hathor, situada en el extremo más exterior del pórtico “de Punt”, la cual presenta una serie de características columnas. Esta capilla se compone de dos salas hipóstilas, una de ellas con columnas hatóricas y la otra con columnas acanaladas, además de presentar en sus paredes escenas de celebraciones y ofrendas en honor a Hathor. Después de sentarnos unos breves minutos a escuchar las explicaciones de nuestro guía, aprovechamos la sombra proyectada por las columnas para protegernos de un riguroso sol y de una molesta claridad.

Volvimos hacia la rampa central para acceder a la tercera y última terraza, no sin antes hacernos unas simpáticas fotos al lado de los “halcones guardianes” que custodiaban la rampa en esta última parte. Esta terraza presentaba 22 columnas a lo largo de todo el frente del edificio, precedidas por pilares osíricos. Es en esta zona, después de adentrarnos en el patio que surgía tras cruzar las columnas y siguiendo la línea marcada por las rampas de acceso, donde vimos a la izquierda la capilla de Tutmosis I y, excavada en la roca, la cámara de ofrendas de la reina Hatshepsut. A la derecha se encuentran las salas dedicadas a Ra-Horajti y a Amón y Amonet.

Todas las imágenes que se guardaban en nuestra memoria eran magníficas: por la grandiosidad de la construcción, por el poderoso abrazo de la montaña que se situaba sobre nosotros, por las historias y fantasías que todo aquello sugería, y por su significado, que seguramente no era el mismo para cada una de las cientos de personas allí presentes.




Deambulamos un buen rato entre aquellas columnas, aquellas salas y aquellas piedras; fotografiamos, comentamos y nos sentamos disfrutando de nuestra estancia hasta el momento de regresar al punto de reunión, situado a la salida, a la izquierda, formado por una hilera de bancos cubiertos por una estructura de madera con un tejadillo. Unos pocos minutos después estábamos circulando, en el mismo autobús que nos había traído, hacia el barco. Allí estuvimos el tiempo necesario para comer y recuperar fuerzas de cara a continuar nuestra visita turística, esta vez por la parte occidental de Tebas.

Esa misma tarde, según marcaba nuestro programa, visitaríamos la “Tebas de los vivos”, el conjunto monumental formado por los templos de Karnak y Luxor, conocidos como “templos de adoración”, y que conforman el mayor conjunto de monumentos y tesoros de la civilización faraónica, así como uno de los más importantes de la humanidad.

Después de abandonar el barco, nos dirigimos primeramente hacia el conjunto monumental formado por los templos de Karnak. Eran aproximadamente las 15:00 cuando llegamos a nuestra meta, acompañados por el mismo asfixiante calor que nos había acompañado en todas las visitas previas. Nos bajamos del autobús frente a una explanada que se extiende ante la entrada del templo y que únicamente presentaba unos pocos y débiles árboles que aportaban algo de sombra mientras esperábamos a que Swakin sacara las entradas para acceder al interior.

Poco después de pasar el control policial, comenzamos a caminar por una avenida flanqueada a ambos lados por esfinges con cabeza de carnero en representación del dios Amón, con cuerpo de león. Entre sus patas se encontraban pequeñas estatuas osiriacas del rey portando el anj, la cruz cuya parte superior tiene forma ovalada.

Nos estábamos adentrando en un increíble lugar formado por templos, capillas, pilonos, grandiosas columnas, obeliscos y otras construcciones de diferentes periodos del Egipto antiguo, que ocupa aproximadamente 1,5 km². Este sitio fue concebido como lugar de adoración al dios Amón, dando lugar al mayor templo de todo Egipto.

Desde el momento en que comenzamos a adentrarnos en su interior, la percepción de todo aquello nos causó una cascada de sensaciones abrumadoras, provocadas por la avalancha de imágenes y el caos visual que nos rodeaba, especialmente después de cruzar el primer pilono, cuyos extremos se encuentran unidos al muro que rodea todo el complejo.

Al cruzar el pilono, ante nosotros se presentó un gran patio donde pudimos ver, a nuestra izquierda, una serie de construcciones como el Portal de Bubastis, formado por un conjunto de columnas situadas detrás de la Capilla tripartita de la Barca de Seti II, con tres capillas contiguas dedicadas a Amón, Mut y Jonsu. Frente a nosotros, en el centro del patio, se levantaba el Pabellón de Taharqa, del que únicamente se conserva una enorme y magnífica columna. Giramos hacia la derecha, hacia el Templo de Ramsés III, pudiendo ver la rampa utilizada en la construcción del primer pilono, que se mantiene impertérrita en su sitio originario.

El faraón Ramsés III fue el promotor de este templo, dedicado a las barcas sagradas. Entramos cruzando un pilono. En su interior se encuentra un patio con pilares osíricos a ambos lados del pasillo central, representando nuevamente al rey. Por una puerta situada en el centro del pórtico, al que se accede tras el primer patio, nos encontramos con una refrescante y sombría sala hipóstila, de dimensiones reducidas y con columnas de capiteles papiriformes cerrados. Las cámaras situadas a continuación estaban destinadas a acoger, en su tranquila penumbra, la tríada de dioses de Karnak: Amón, su esposa Mut y Jonsu.

Salimos de este templo para dirigirnos hacia la Gran Sala Hipóstila, cuya construcción se atribuye al emperador Seti I. Antes de llegar, cruzamos el segundo gran pilono, flanqueado por los restos de dos colosos de Ramsés II, así como otra escultura del mismo faraón, representado erguido con una estatua de la princesa Bent-Anat, hija de Istnofret, su esposa, a sus pies.

Boquiabiertos y sobrecogidos, avanzamos entre sus columnas. Este fue el momento más inolvidable, intenso y difícil de olvidar de nuestra visita a Egipto. La zona posee unas dimensiones extraordinarias: 102 metros de ancho, 53 metros de fondo, 23 metros de altura y 134 colosales columnas, cuyas decoraciones muestran el nombre de los distintos dioses a los que el faraón consagraba sus ofrendas. Los capiteles en forma de papiro abierto tienen en la cumbre una circunferencia de casi 15 metros, suficiente para acoger a unas 50 personas. Deambulamos un buen rato entre ellas, disfrutando del frescor de las sombras, retratándolas y fotografiándolas, mientras imaginábamos que algún sacerdote o adorador de Amón nos observaba, cuidando la casa de su dios.

Ese “bosque de columnas” se distribuye de la siguiente manera: 12 columnas con capitel papiriforme abierto en el centro, distribuidas en dos filas de seis columnas cada una, dejando un pasillo que coincide con el eje central del templo. A cada lado de estas hileras corren siete hileras más de nueve columnas cada una, a excepción de las dos últimas, que cuentan con siete. Las doce columnas del centro son las más altas, alcanzando aproximadamente 21 metros, mientras que el resto llega a unos 15 metros. Originalmente, estas columnas soportaban un techo, y el desnivel causado por la diferencia de altura se solucionaba mediante celosías que permitían el paso de la luz al interior del recinto, las cuales aún pudimos observar.

Antes de continuar, Swakin nos comentó, entre otras muchas cuestiones, que la decoración y los relieves de esta sala son obra de los faraones Seti I y Ramsés II, mostrando escenas de diversas campañas militares, como la batalla de Qadesh en la que participó este último.

Salimos de la Gran Sala Hipóstila por el Pilono III, que junto con el Pilono II delimitan el recinto. Este tercer pilono, obra del faraón Amenhotep III, dio origen a cuatro obeliscos levantados por Thutmosis I y III, de los cuales actualmente solo uno se mantiene en pie. Estuvimos algunos minutos atentos a las explicaciones de Swakin sobre cómo se construían, transportaban y levantaban estos obeliscos. En esta zona, en la antigua y hoy derruida sala transversal, se cruzan los dos ejes sobre los que se plantea la construcción de los distintos edificios del complejo.




Continuamos caminando sin abandonar el eje principal, compartiendo todas estas maravillas con otros miles de turistas y grupos de estudiantes, algunos niños y otros adolescentes que perseguían a las chicas turistas, dejando de lado a las locales. Observando estos curiosos “cortometrajes” de la vida cotidiana, nos encaminamos hacia el Pilono IV y, poco después, hacia el Pilono V. A partir de este punto, el estado de las construcciones era bastante caótico, prácticamente destruido, con bloques de piedra por todas partes.

Llegamos al Pilono VI, donde están representados los pueblos conquistados por Tutmosis I, artífice de su construcción. Este pilono da paso a un patio con dos magníficos pilares de granito, cada uno con el símbolo del Alto y Bajo Egipto, y dos estatuas dedicadas a los dioses Amón y Amonet.

A continuación, llegamos a la Capilla de la Barca Sagrada, dividida en dos salas: una para realizar las ofrendas ante el dios y otra, situada más al interior, destinada a guardar la barca, que en ese momento estaba ocupada por un grupo numeroso de estudiantes. A ambos lados se conservan capillas erigidas por Hatshepsut. Detrás de esta zona se encuentra la parte más antigua del templo, el santuario propiamente dicho. A partir de este punto se construyó todo el conjunto, alcanzando las magníficas dimensiones que allí veíamos. Esta zona central no conserva ninguno de los edificios originales, salvo un pedestal de alabastro y algún bloque de granito.

A continuación se alza el Templo de Ajmenu, o Templo de Festivales de Tutmosis III, al que accedimos siguiendo la línea trazada desde la entrada, aunque su acceso original fuese por el lateral oeste. Este templo presenta una antecámara, que comunica con la sala hipóstila a la que se llega desviándonos a la izquierda, tras avanzar por un corredor que comunica con varios almacenes y otras dependencias situadas a la derecha. La sala hipóstila está rodeada de treinta columnas y precede a la zona dedicada al culto de Sokaris, con dependencias, un santuario y tres capillas: una para la barca, otra para la caza de su hipóstasis en forma de halcón momificado y la última destinada a contener la estatua objeto de culto.

Hacia el norte se encuentra el “Jardín Botánico”, considerado por Swakin como el primer jardín de este tipo del que se tiene constancia histórica. Sin embargo, por su ubicación, no resultaba evidente dónde se plantaban y florecían las plantas. Estas estaban representadas en los muros de las diversas salas que formaban el jardín, mostrando la flora y fauna que las tropas del faraón encontraron en sus incursiones militares, sobre todo en Palestina y Siria.


Después de deambular por esta zona un rato, paseando entre las columnas de la sala hipóstila durante unos minutos, salimos, como comenté antes, por la entrada originaria del templo de Ajmenu, ya con cierta tranquilidad, pues nuestro guía había cumplido con su programado curso de historia.

Cruzamos el Pilono VII —en esta zona se encuentran desde el séptimo al décimo pilono—, que se situaba en el eje que cruzaba el que seguimos desde un principio, es decir, el eje este-oeste. Llegamos al patio que se encuentra a continuación de este pilono, donde a pocos metros se extiende el Lago Sagrado, que representaba las aguas de donde fue creado el mundo.

En ese lago, observado en ese momento por unos curiosos niños, cuyas aguas provenían del Nilo, en tiempos muy antiguos nadaban y se criaban las ocas consagradas al dios Amón, y se realizaban las abluciones rituales de los sacerdotes, así como otros ritos. Muy cerca de él, en el pleno centro del patio y sobre un pedestal, se encontraba una representación del dios Jefri, dios de la resurrección. Este se mostraba en forma de escarabajo, alrededor del cual giraban un grupo de chicos rindiendo un tributo pagano al “dios escarabajo” para que cumpliera sus deseos.

Esta zona es, quizás, la más deteriorada de todas las que visitamos. Fue esta una de las razones por las que decidimos volver a la Gran Sala Hipóstila, a disfrutar de su sombra, de su agradable frescor y de su magnífica naturaleza constructiva. Antes de dirigirnos allí, situados muy cerca de Jefri y mirando hacia el oeste, vimos partir un segundo dromos de esfinges criocéfalas que en tiempos unían Karnak con Luxor.







Abandonamos Karnak saliendo por el mismo lugar por el que habíamos entrado dos horas antes, comentando las maravillas que habíamos visto y las fantásticas recreaciones que habíamos imaginado recorriendo aquel lugar. Es difícil imaginar la importancia y las increíbles riquezas que llegó a poseer aquel sitio, levantado durante 1.300 años, dominado por sacerdotes consagrados al culto del dios Amón —más de 20.000 personas trabajaron al servicio del templo— y que llegaron a desafiar el omnipresente poder del faraón.

El autobús nos estaba esperando para llevarnos hasta el cercano Templo de Luxor, a unos escasos 4 km. No tardamos en llegar a nuestra última visita de un increíble día. Tan pronto cruzamos la entrada y el control policial, veíamos frente a nosotros el Templo de Luxor, destacando de manera imponente uno de los dos obeliscos que protegen su entrada. El otro fue regalado por el pueblo egipcio al francés y descansa actualmente en la Place de la Concorde de París.



El Templo de Luxor, cuya construcción comenzó el faraón Amenofis III y fue terminado por Ramsés II, está consagrado a la tríada tebana formada por Amón, su esposa Mut y Jonsu. Es sin duda alguna el santuario por excelencia dedicado al “ka”, expresión abstracta que engloba el conjunto de fuerzas sobrenaturales que los egipcios atribuían a los seres divinos o divinizados. Esta construcción tiene una longitud de unos 260 metros, siendo originalmente mucho más pequeña y ampliada posteriormente con cada victoria que los faraones obtenían en sus campañas militares.

Nos plantamos Elba, Susana y yo a la entrada del conjunto, escuchando las primeras indicaciones de nuestro guía, mientras en ese mismo lugar se desarrollaba una sesión fotográfica con “famosas modelos” a cargo de “reconocidos fotógrafos”, quienes trabajaban sin distraerse por las indicaciones de Swakin ni por las viejas piedras esparcidas por el suelo. Intentamos no molestarlos, pero nos fue difícil, pues todo el operativo ocupaba la mayor parte del templo. Desde aquí les pedimos disculpas, solo queríamos observar y conocer este sitio.

Cruzamos el pilono, entrando en un gran patio construido por Ramsés II, que presentaba una doble columnata en todo su perímetro. Estas columnas, 64 en total, eran papiriformes y contaban con estatuas de Osiris en los intercolumnios. En esa zona también pudimos ver la Mezquita de Abu El-Haggag y la Capilla de Hatshepsut. La primera es una mezquita del siglo VI, levantada sobre una antigua iglesia bizantina, mientras que la Capilla de Hatshepsut contiene tres salas dedicadas a la tríada de dioses presentes en toda esta zona de Tebas.

Desde allí nos dirigimos hacia el patio de Amenofis III, pasando antes por un corredor flanqueado a ambos lados por siete inmensas columnas papiriformes de 19 metros de altura y casi 10 metros de circunferencia. El patio de Amenofis III está cerrado por una doble hilera de columnas que preceden a la sala hipóstila. Fue en ese patio donde hice una de las fotografías que más me gustaron de todas las que tomé durante estas magníficas vacaciones, captando a una joven pareja, con ropas típicas, caminando de la mano entre algunas de las 32 columnas como fondo.




Llegamos hasta la sala hipóstila, quizás la más pequeña e íntima de todas las que conocimos ese día. Recuerdo el silencio que flotaba en el aire, los rayos de sol que dotaban a las columnas de un precioso color amarillo y la gran sensación de tranquilidad. Esta sala es el último eslabón antes de acceder a la zona interna del templo, donde se encuentran la Sala del Nacimiento, la Capilla de la Barca Sagrada de Alejandro Magno y el Santuario de Amenofis III, además de otras habitaciones secundarias, a las que no accedimos, permaneciendo en el exterior sentados a los pies de una columna y agradeciendo ese breve momento de reposo.

Recorrimos el camino de regreso por donde llegamos, pero en sentido inverso, para salir por el pilono justo cuando el sol se escondía detrás de él. Sin duda, el dios Sol, el dios Amón, se recogía en su casa, uniéndose a Cnum mientras Nut lo engullía, esperando la mañana para permitir su renacer diario.

Estuvimos sentados unos minutos en uno de los muchos bloques de piedra, esperando el autobús, descansando y digiriendo todos los esfuerzos, esperanzas, la magia y la historia que habíamos visto, oído y sentido ese increíble día. Volvimos al barco, donde nos esperaban nuestras maletas, ya preparadas con antelación después de la comida, y el autobús que nos llevaría hasta el aeropuerto. Desde allí tomaríamos un avión con destino a El Cairo.
El vuelo duró aproximadamente una hora, llegando a la capital del país ampliamente satisfechos de nuestro recorrido y experiencias por el Nilo. Al poco de llegar, todos los miembros del grupo fuimos repartidos por varios hoteles de la ciudad; a nosotros nos tocó el “Hotel Marriott”, un impresionante y lujoso hotel de cinco estrellas, que en tiempos fue un palacete situado en la isla de Zamalek, en pleno centro de El Cairo.

Después de subir a nuestras habitaciones y disfrutar de una merecidísima ducha, fuimos a cenar a un restaurante italiano en la planta baja del hotel, donde disfrutamos de una tranquila y deliciosa cena a base de pasta. Volvimos, tras tomar café, a nuestras habitaciones, para meternos en la cama con la firme intención de descansar, y de soñar con faraones, sacerdotes, dioses, momias, jeroglíficos y con todo lo que ese día habíamos visto: con Egipto.




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